Como Carmen Juares, muchas otras trabajadoras internas del hogar y las curas luchan por mejorar sus condiciones laborales. Son mujeres que en la mayoría de los casos sufren explotación con salarios precarios. Juares es nacida en Honduras y vive en Barcelona desde hace 19 años.
¿Cuál es el origen de la asociación Mujeres Migrantes Diversas?
La asociación nace en 2015 durante una manifestación donde casualmente nos conocimos cinco mujeres. Todas habíamos llegado a Catalunya sin papeles y habíamos trabajado como internas; en mi caso, de los 19 a los 24 años. Nos intercambiamos los teléfonos y creamos un grupo de WhatsApp. Empezamos siendo cinco, después quince y fuimos creciendo hasta hoy, que somos más de 360 mujeres en la asociación. ¡Ahora tenemos dos grupos de WhatsApp!
¿Cómo es la convivencia cultural entre mujeres?
En la asociación hay mujeres ateas, católicas, musulmanas, evangélicas, transexuales, heterosexuales, bisexuales... Esto, además de unirnos, nos ha empoderado. Es una pena que en la política, en la sociedad... no se den cuenta de cuánto enriquece la diversidad.
¿Existe precariedad laboral en el ámbito del trabajo del hogar?
¡Por supuesto! Las condiciones laborales están empeorando. Las trabajadoras internas trabajan día y noche y solo libran 9 o 10 horas durante el fin de semana. Las familias son conscientes de la situación vulnerable en que se encuentran las mujeres migrantes y se aprovechan. Les pagan un salario que difícilmente llega a los 900 euros mensuales, y en ocasiones se tienen que costear la comida o pagar los gastos de la luz y el agua. No valoran que están cuidando de quien debería ser lo más preciado para ellos: sus padres. Además, aunque viven en el domicilio, no las quieren empadronar. De este modo nunca podrán regularizar su situación.
Las mujeres migrantes son más vulnerables a la violencia machista, según datos del INE. ¿Habéis denunciado casos?
Muchas veces. Especialmente el año pasado hubo muchos casos y nos asustamos. Las víctimas reconocieron que hacía mucho tiempo que sufrían abuso pero no eran conscientes de que se trataba de violencia machista. Fue a través de los cursos que llevamos a cabo desde Mujeres Migrantes Diversas que se dieron cuenta de que los gritos, los chantajes y las prohibiciones no se deben permitir.
¿Algún caso se produjo en el trabajo?
Sí. En el trabajo del hogar y las curas existe violencia de todo tipo contra las trabajadoras: insultos, golpes… y no solo por parte de los pacientes. De puertas hacia dentro nadie sabe qué pasa. Las familias son conscientes de que tienen poder y desarrollan una relación de desigualdad. Saben que la mujer trabajadora aceptará las condiciones laborales, por muy precarias que sean, porque no tiene papeles y tampoco una economía solvente ni una red fuerte de amistades y familia.
Denunciar la violencia debe ser difícil, pues puede implicar perder el trabajo.
Sí, y no solo eso. En el caso de la violencia machista, ha habido ocasiones en que los agresores que han abusado de una trabajadora migrante la han amenazado: “Sabes que si me denuncias irás al CIE y te expulsarán”, les dicen.