Rokovoko. Una isla muy lejana hacia el oeste y el sur. No está marcada en ningún mapa: los sitios de verdad no lo están nunca. Hernan Melville.

lunes, 26 de abril de 2021

Las lesbianas existimos, aunque no nos quieran ver. 26 de abril Día de la Visibilidad Lésbica.


Mucha gente no sabe que la lucha por los derechos civiles de las personas LGTB fue iniciada por una lesbiana. Nueva York, Stonewall Inn, 28 de junio de 1969, Storme DeLarverie, según los testigos y ella misma, dio el primer puñetazo a la policía durante la revuelta de Stonewall. También fue ella quien gritó “¿Por qué no hacéis nada?” mientras se la llevaban esposada y la metían a empujones en un furgón policial. Su grito desencadenó las protestas que hicieron historia.

Sin embargo, apenas se la recuerda o se reconoce su figura dentro del imaginario colectivo LGTB. Recientemente, durante la conmemoración del 50 aniversario de Stonewall, seguía costando encontrar testimonios, documentales o libros que destacaran su papel.

Este “olvido” de una de las pioneras de la lucha por los derechos LGTB no debería extrañarnos, teniendo en cuenta la larga tradición del borrado de las mujeres a lo largo de la historia. Si las mujeres no hemos existido en el arte, en la literatura, en la ciencia, en la historia, las lesbianas todavía menos.

Por ello es importante reconocer la labor que realizan numerosos colectivos, historiadoras, periodistas, editoras, escritoras para recuperar la memoria de las mujeres lesbianas en el pasado. Porque recuperando nuestros referentes, haciéndolas visibles a ellas, nos hacemos visibles nosotras en el momento presente y marcamos el camino para las que vengan.

Precisamente el libro de Cristina Domenech, “Mujeres que se empotraron hace mucho”, y que pretende recuperar la memoria de las lesbianas en la historia, comienza con una cita de Safo que dice “Alguien, en el futuro, nos recordará”.

Y eso hacemos hoy, 26 de abril, Día de la Visibilidad Lésbica; las recordamos y las visibilizamos.

A lo largo de la historia las lesbianas hemos sido invisibles y en la actualidad somos invisibilizadas. Las lesbianas existimos, tenemos agenda propia y exigimos nuestro espacio dentro del movimiento LGTB y del movimiento feminista ya que hemos formado parte de ambos durante mucho tiempo. En este sentido, cabe recordar el papel del feminismo lésbico a finales de los años 70, una corriente teórica dentro del feminismo radical, que nace precisamente de la insatisfacción de las lesbianas con la segunda ola feminista y con el movimiento de liberación homosexual.

En España, las lesbianas estuvieron presentes en la lucha por la democracia desde la clandestinidad, en el movimiento de liberación homosexual, en la lucha por los derechos sexuales y reproductivos en los años 80, con la ley de despenalización del aborto de 1985, en la erradicación de la violencia contra las mujeres en 2004 y en la conquista del matrimonio igualitario en 2005 y en el proyecto de Ley de Igualdad de trato y no discriminación que no llegó a ver la luz.

Siempre ha existido la doble militancia con el movimiento feminista, como mujeres que sufren opresión, y con el movimiento LGTB por la conquista de los derechos civiles.

No obstante, en la última década dentro del movimiento LGTB, se ha hecho más latente que las agendas se bifurcan debido a varios motivos: en primer lugar, por la consecución de los principales logros de la agenda común (matrimonio igualitario, derecho a adoptar, entre otros), en segundo lugar, por las posibles contradicciones en determinadas demandas de las agendas de ambos movimientos y, en tercer lugar, por el auge del movimiento feminista en los últimos años a nivel internacional, que ha vuelto a  resituar el foco de muchas de sus prioridades.

Lo que sí es necesario dejar claro en un día como hoy es que las mujeres lesbianas tenemos nuestra propia agenda. Siempre la hemos tenido, y muchas de nuestras reivindicaciones siguen ahí: Las lesbianas seguimos sin tener acceso a los tratamientos de reproducción asistida en la Sanidad Pública en todas las Comunidades Autónomas, y cuando lo tenemos hay una lista de espera tan larga que la mayoría opta por ir a clínicas privadas. Por ejemplo, el método ROPA (cada vez más demandado entre parejas de mujeres) solo es accesible a través de la sanidad privada. Por otro lado, cuando decidimos formar una familia, las lesbianas tenemos que adoptar a los hijos e hijas nacidos de la relación de pareja si no estamos casadas. No ocurre lo mismo con las parejas formadas por personas de distinto sexo.

Además, como minoría entre las mujeres y en el movimiento LGTB, carecemos en gran medida de protocolos ginecológicos y de prevención de las ETS adaptados a la realidad de las relaciones lésbicas. También es necesario que la realidad sexual de las mujeres lesbianas tenga un mayor espacio en la educación afectivo-sexual.

Las lesbianas hemos practicado la doble militancia debido a nuestra doble discriminación; por pertenecer al sexo femenino y por nuestra orientación sexual.

Esta doble discriminación se debe a que las lesbianas no cumplimos el mandato que el patriarcado nos exige, por lo que la misoginia hacia nosotras es feroz. Sufrimos lesbofobia de diversas formas; cuando se nos acusa de ser “marimachos” negando nuestra identidad como mujeres o asegurando que somos menos mujeres por romper los estereotipos de género e incumplir los cánones de feminidad construidos por el heteropatriarcado. Somos víctimas de acoso sexual por parte de hombres cuando vamos de la mano por la calle con nuestras parejas y también son víctimas de lesbofobia los hijos e hijas de parejas lesbianas cuando dicen que tienen dos mamás.

Además, la invisibilidad de las lesbianas y el hecho de que les cueste más salir del armario, tal y como afirma el “Informe de delitos de odio e incidentes discriminatorios al colectivo LGTBI” de 2018 elaborado por la FELGTB, dificulta que éstas interpongan denuncias o pidan información ante delitos de odio. De ahí que sean necesarios estudios específicos sobre la realidad de las lesbianas dentro del movimiento LGTB y campañas de visibilización.

Hasta hace poco también éramos prácticamente invisibilizadas en los medios de comunicación y en la cultura de masas. Cada vez es más frecuente encontrarse lesbianas en el cine y en la televisión, especialmente en series para todos los públicos. Por desgracia las lesbi-tragedias o bollo-dramas siguen estando presentes en un alto porcentaje de los guiones. (Acuérdense de Los Hombres de Paco) Y no, tampoco somos como The L Word, ni pretendemos serlo.

En un día como hoy, tampoco podemos olvidar que ser lesbiana está perseguido en muchos lugares del mundo. En 68 de los 193 estados miembros de la ONU existen leyes que criminalizan los actos sexuales entre personas del mismo sexo; en muchos de ellos las lesbianas son sometidas a violaciones correctivas. Muchas de ellas acaban siendo víctimas de trata con fines de explotación sexual.

Sí, las lesbianas somos minoría en ambos movimientos, pero no queremos ser una minoría mediática, política y social. Por esta razón, desde el año 2008, el 26 de abril se conmemora el día de la visibilidad lésbica, para vindicar una sociedad igualitaria en derechos y oportunidades para las lesbianas, condenar el machismo que sustenta la lesbofobia y potenciar nuestra visibilidad.

Pero, además de todo ello, en este momento, nuestros derechos, como mujeres y como lesbianas corren grave peligro ante el auge de la ultraderecha: las mujeres lesbianas somos el blanco perfecto para el discurso del odio, porque somos mujeres y porque amamos a otras mujeres. Somos lo más transgresor y opuesto a su modelo de sociedad tradicional y conservadora.

Este año, nuestra visibilidad tiene que hacerse ver en las calles, en las redes, en los medios, en nuestro entorno familiar y social pero, sobre todo, en las urnas. Para combatir todo contra lo que hemos luchado: el machismo y la LGTBfobia, más concretamente la lesbofobia.

Porque las lesbianas existimos. Y estamos aquí para que nadie nos arrebate nuestra libertad a amar y para seguir vindicando nuestros derechos. Para que nadie nos devuelva a la clandestinidad de Stonewall.

tribunafeminista.elplural.com

jueves, 22 de abril de 2021

Andrea Dworkin, feminista radical


 

Andrea Dworkin es una de esas autora de las que te cambia la vida. 

Nació en Nueva Jersey en 1946, en el seno de una familia judía. El compromiso político le vino de familia, sobre todo de su padre, profesor socialista, y desde muy joven empezó a participar en movilizaciones a favor del aborto y de la contracepción y en contra de la guerra de Vietnam. En una de estas protestas, en 1965, fue detenida e internada en una cárcel de mujeres donde sufrió un trato vejatorio por parte de los médicos, hecho más tarde denunciaría públicamente. 

Fue una de las experiencias que la encaminó hacia el feminismo, aunque no la más importante. La experiencia decisiva llegaría pocos años después, en Holanda, donde se mudó tras graduarse en Literatura en 1968. Allí se casó con un hombre que la maltrataba y para huir de él se vio obligada a vivir un auténtico calvario, llegando incluso a tener que prostituirse para lograr recursos con los que volver a EEUU. 

En este contexto, Andrea encontró la ayuda de algunas feministas y entró en contacto con los textos de las pioneras de la segunda ola, por ejemplo escritos de nuestra matrona y salvadora, de quien somos feligresas, Kate Millett, y textos del resto de genias y pensadoras que hemos estado recordando estas semanas atrás. 

Cuando por fin consiguió regresar a Nueva York, en 1972, su compromiso feminista ya era firme. Dos años después publicaría su primer libro sobre teoría feminista, Odiando a la mujer, en el que analiza cómo la ideología patriarcal y la idea de subordinación de la mujeres impregna todos los artefactos de nuestra cultura, desde los cuentos infantiles hasta el porno.

El tema del porno fue de hecho el que más la ocupó como activista y como intelectual. En 1981 publicó Pornografía, hombres poseyendo a mujeres. Su obra más famosa. Un libro en el que denuncia que la industria pornográfica es un ámbito preferente de violencia contra las mujeres y donde demuestra que el porno tiene efectos sociales nocivos porque erotiza la sumisión y la humillación de todas las mujeres, perpetuando la violencia hacia nosotras. 

Andrea participó en muchas iniciativas contra la pornografía en Estados Unidos, a menudo en colaboración con otra feminista muy conocida, Catharine McKinnon. Intentaron por ejemplo promover reformas legales para frenar los abusos en la industria del porno y limitar su la visibilidad, aunque no tuvieron mucho éxito porque realmente había y hay muchos intereses en el mantenimiento de la pornografía.

Andrea escribió multitud de libros, incluidas varias novelas y unas memorias, pero solo voy a mencionar aquí dos más:  Mujeres de derechas, de 1983, y El coito, de 1987. En el primero analiza por qué muchas mujeres se ven atraídas por discursos conservadores que van contra su propia emancipación. Concluye que es clave el miedo que el patriarcado nos mete en el cuerpo a las mujeres, que nos puede llevar a renunciar a cierto grado de libertad a cambio de obtener la protección de los varones.

En Intercourse, el libro sobre el coito, explica cómo el sexo heterosexual es opresiva, y cómo está impregnado de una ideología de posesión y dominación sobre las mujeres. Especialmente el acto de la penetración, que culturalmente se presenta además como la práctica sexual normativa por excelencia. Este texto fue muy malinterpretado, llegándose a acusar a Dworkin de defender que todo el sexo es violación, a pesar de que ella misma denunció muchas veces que esa lectura era incorrecta.

La verdad es que Andrea Dworkin fue denostada en mil ocasiones. Se la convirtió en el paradigma de esa idea rancia de que las feministas somos feas, gordas y amargadas, que odiamos a los hombres porque no conseguimos follar, y por eso, además, nos hacemos lesbianas -porque Dworkin era lesbiana-. Gran parte de la izquierda y de las feministas prosexo fueron también crueles con ella, la tacharon de loca e incluso de fascista, acusándola de estar conchabada con la derecha. 

Fueron críticas fieras e injustas, que se centran en coincidencias puntuales del pensamiento de Dworkin con visiones conservadoras en temas como la pornografía y pasan convenientemente por alto los muchísimos asuntos en los que se enfrentó directamente a la derecha.

¿Os suena eso de tacharnos de mojigatas y de moral religiosa por estar en contra del porno y la prostitución? ¿Os suena eso de estar en contra de algo perjudicial para las mujeres y que te comparen por partidos fachas porque ellos están en contra por motivos rancios y equivocados? Pues Andrea sabía mucho de eso.

Después de muchos problemas de salud, Andrea Dworkin falleció en 2005, con solo 58 años, de un fallo cardíaco. Últimamente su figura se ha rehabilitado mucho y estamos viendo que sus análisis fueron bastante certeros: su libro Right Wing Women: (Mujeres de Derechas), por ejemplo, ayuda a entender parte del fenómeno Trump, las posturas sobre los abusos sexuales que defendió en multitud de artículos y discursos se han revalorizado a la luz de todo el Movimiento #MeToo, etc.  

Y pese a ello, tengo que deciros que incomprensiblemente Dworkin no está traducida oficialmente al castellano. Ni uno de sus libros está disponible para poder adquirirlos. Sólo podéis encontrar alguna traducción parcial hecha por compañeras traductoras en internet, pero poco más. Esperemos que alguna editorial tome nota y lo remedie pronto. Porque Andrea está más viva que nunca, y la necesitamos. En su memoria fue el programa número 87 de Radiojaputa. 

radiojaputa.com

 

domingo, 11 de abril de 2021

Un lucrativo mercado: «la creación de la infancia transgénero en Estados Unidos» Josephine Bartosch

 

 

En Estados Unidos, la idea del hombre o la mujer hechos a sí mismos se toma muy al pie de la letra. Por eso está en auge un lucrativo mercado para quienes desean cambiar de sexo.

Josephine Bartosch The Post Millennial

Como buena británica cínica, admiro la actitud resolutiva de Estados Unidos. El sueño americano, la idea de que la gente puede ser lo que quiera, es liberadora y maravillosa. Pero tiene un inconveniente. En Estados Unidos, la idea del hombre o la mujer hechos a sí mismos se toma muy al pie de la letra. Por eso está en auge un lucrativo mercado para quienes desean cambiar de sexo.

Esto ya no es solo cosa de adultos. En la última década, el cambio lingüístico de «transexual» a «transgénero» ha «desexualizado» lo que antes se consideraba un trastorno psicosexual adulto. La modificación de los cuerpos para adaptarlos a un sentido declarado de «identidad de género» se extiende ahora a los niños. Así, con un truco del lenguaje, una nube de purpurina y una inyección de hormonas, nació en Estados Unidos la «infancia transgénero». ¡Alegría!

Desde penes protésicos de tamaño infantil que se meten en la ropa interior, hasta la franquicia multimillonaria generada por realities de gran éxito como I am Jazz, la industria de la infancia transgénero ha rebasado a las políticas, con lo que a los legisladores les cuesta seguir el ritmo. Cabría imaginar que el centro de toda preocupación sería la ética de medicar y operar a niños y niñas para aliviar su angustia mental, pero es el impacto en el deporte lo que ha capturado la imaginación del público.

En atletismo, los repetidos triunfos de los varones biológicos que se identifican como chicas sobre chicas reales han hecho que el mantra de «las mujeres trans son mujeres» se quede un poco endeble. Ya ha habido una causa judicial en la que se cuestionó la imparcialidad de permitir la competición en base a la «identidad de género». En algunos Estados, empiezan a entrar en vigor leyes para garantizar que las chicas tengan la oportunidad de luchar y que las pruebas se dividan por el sexo físico.

con un truco del lenguaje, una nube de purpurina y una inyección de hormonas, nació en Estados Unidos la «infancia transgénero». ¡Alegría!

Las pruebas son claras, como explicó la doctora Emma Hilton, bióloga del desarrollo, en una revisión de 2019 de las directrices del Comité Olímpico Internacional: «Los varones corren más rápido, saltan más, lanzan más lejos y levantan más peso que las mujeres. Superan a las mujeres en un 10 por ciento en la pista de atletismo y en un 30 por ciento al lanzar varias pelotas… Los varones tienen alrededor de un 40 por ciento más de masa muscular, incluso si se tiene en cuenta la altura, y un 40 por ciento menos de grasa corporal».

A pesar de las diferencias materiales entre los cuerpos masculinos y femeninos, la American Academy of Pediatrics (AAP) se ha pronunciado para «oponerse a las políticas públicas» que buscan segregar la participación en el deporte por sexo. Se ha planteado que las políticas destinadas a garantizar que las mujeres y las niñas no estén en desventaja «perjudican a la juventud transgénero». Aparte de que tanto el deporte como las políticas públicas están fuera de las competencias de los pediatras, cabe preguntarse por qué un organismo profesional parece adoptar una línea ideológica en lugar de un enfoque basado en la evidencia.

La declaración de la AAP comienza así: «Con alarma y consternación, los pediatras han visto cómo se promueven proyectos de ley en las legislaturas estatales de todo el país, cuyo único propósito es amenazar la salud y el bienestar de la juventud transgénero».

Termina quejándose de que los intereses de la «infancia transgénero» no deben ser politizados, desvirtuando un poco el foco al prometer luego «luchar Estado por Estado, en los tribunales y en el ámbito nacional».

Se trata de una postura inusualmente emotiva para una organización profesional no partidista. La AAP, que incluye a la farmacéutica Pfizer como empresa patrocinadora de su Programa CATCH, cree sin duda que la curiosa y reciente aparición de la infancia transgénero es simplemente la profesión médica que está liberando a los niños y las niñas para que sean su «auténtico yo».

En un documento expositivo publicado por la AAP, titulado con toda naturalidad «Garantizar la atención y el apoyo integrales a la infancia y adolescencia transgénero y de género diverso», se afirma que los bloqueadores de la pubertad son «tratamientos reversibles». Esta afirmación se hace pese a las frases que siguen y que describen numerosos riesgos, entre los que se incluyen «una menor autoestima» y la falta de investigación sobre el impacto en «el metabolismo óseo y la fertilidad.»

En los últimos años han dimitido muchos profesionales del principal servicio de atención a la identidad de género (GIDS) del Reino Unido, y muchos de ellos mostraron su inquietud por la influencia de los grupos de presión y el enfoque de terapia «afirmativa».

A pesar de la escasez de pruebas clínicas, de la creciente preocupación de los legisladores federales y del aumento de las comunidades de personas que «detransicionan» en todo el mundo, la AAP está decidida a defender la idea de que el cuerpo de algunos niños y niñas necesita una intervención médica para que coincida con su autopercepción del sexo opuesto. Para la AAP, tanto si un niño ha pasado por una pubertad masculina como si no, debería recibir todo el apoyo para participar en competiciones deportivas de acuerdo con su «identidad de género», no con su sexo.

Mientras que en EE. UU. la AAP se ha pasado a hacer campaña, en el Reino Unido los profesionales de la salud tratan de distanciarse de los grupos de campaña transgeneristas. En los últimos años han dimitido muchos profesionales del principal servicio de atención a la identidad de género (GIDS) del Reino Unido, y muchos de ellos mostraron su inquietud por la influencia de los grupos de presión y el enfoque de terapia «afirmativa». Sus voces se han visto amplificadas por las recientes impugnaciones en los tribunales británicos.

Como señala Michael Biggs, profesor asociado de la Universidad de Oxford:

«La diferencia obvia es que en Estados Unidos la asistencia sanitaria está dominada por el sector privado, que tiene un evidente afán de lucro por promover fármacos y cirugías. En el Reino Unido solo hay un mínimo eco de esto: GenderGP, la clínica dirigida por Helen Webberley. Y nuestra estricta regulación la ha obligado a deslocalizar su negocio. De forma menos obvia, en EE. UU., los Estados dominados por el partido demócrata pueden obligar a las compañías de seguros a cubrir los fármacos y las cirugías para personas transgénero, por lo que, en efecto, el público en general está pagando sin saberlo esta medicalización».

«Luego está el contexto cultural: en Estados Unidos la derecha cristiana y la elección de Trump convirtieron el transgenerismo en un tótem tribal para los demócratas. En el Reino Unido, la oposición al transgenerismo surgió principalmente de las feministas de izquierda, por lo que las fuerzas políticas no se alinearon de forma tan clara, lo que dio lugar a que se abriera cierto debate sobre la evidencia. Asimismo, el panorama de los medios de comunicación británicos es más diverso, por lo que se dio cobertura a las opiniones críticas. En Estados Unidos, por el contrario, una vez que el New York Times y el Washington Post han decidido promover el concepto de ‘infancia transgénero’, no hay margen para la disidencia».

Tras una detallada investigación, en diciembre de 2020, tres jueces del Tribunal Superior de Justicia del Reino Unido dictaminaron que el uso de bloqueadores de la pubertad para tratar a niños y niñas con disforia de género era «experimental.» El fallo se produjo en relación con la demanda presentada por Keira Bell, una joven detransicionada, y «la Sra. A», madre de una niña autista con disforia de género.

tres jueces del Tribunal Superior de Justicia del Reino Unido dictaminaron que el uso de bloqueadores de la pubertad para tratar a niños y niñas con disforia de género era «experimental.»

Bell, una joven con un historial lleno de traumas, declaró a los periodistas congregados después de la vista: «Hago un llamamiento a la sociedad para que acepte a quienes no se ajustan a los estereotipos sexuales, y que no los empuje a una vida de medicalización y ocultación de lo que realmente son. Esto pasa por poner fin a la homofobia, la misoginia y el acoso a los que se enfrentan los que son diferentes».

El caso de Bell ha provocado un cambio de política en los servicios de identidad de género del Reino Unido. Las clínicas de todo RU tienen prohibido recetar bloqueadores de la pubertad a los menores de 16 años y existen restricciones de uso para adolescentes mayores. La comunidad médica británica se ha visto obligada a reflexionar sobre la noción de infancia transgénero y a cuestionar cómo surgió este fenómeno.

La diferencia entre el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido, basado en un sistema de «gratuidad en el centro de salud», y el sistema privado de EE. UU., basado en un modelo dependiente de las compañías aseguradoras, también puede ser responsable de la divergencia en el tratamiento de los niños y las niñas que se identifican como trans.

«No entiendo por qué, pero parece que no hay límites éticos a lo que los médicos pueden hacer a estos niños y niñas», comentó Natasha Chart, directora ejecutiva de WoLF, una organización por la defensa de los derechos de la mujer. «Tenemos médicos estadounidenses que hablan con orgullo en público de provocar la menopausia a niñas de 14 años, Estados que permiten que niñas de 15 años se sometan a mastectomías electivas sin el consentimiento parental como parte del proceso de afirmación de género, y quién sabe lo que están haciendo con los niños».

«El seguro lo cubrirá ahora», continuó Chart. «Si el gobierno estatal tiene algún interés en las intervenciones médicas a menores, parece que es perseguir a los padres por negarse a la terapia afirmativa y, en su mayor parte, todos los pacientes han renunciado a su derecho a demandar. Eso es lo que significa el ‘consentimiento informado’ en un modelo de afirmación exclusiva: el paciente está prescribiendo de facto su propio tratamiento y asumiendo toda la responsabilidad de los resultados».

El abismo entre el enfoque del Reino Unido y el de Estados Unidos respecto a los niños y niñas que se identifican como transgénero parece crecer a diario. Que el presidente Biden haya nombrado a Rachel Levine —un pediatra de sexo masculino no conforme con el género y que se identifica como transgénero desde 2011— para el puesto de Subsecretario de Salud nos da a entender que Estados Unidos no va a cambiar ahora de rumbo. Levine defiende el «modelo afirmativo» de tratamiento para niños y niñas que se identifican como trans. No obstante, en Estados Unidos cada vez más asociaciones están empezando a cuestionar la noción de «infancia trans», pero, a diferencia de lo que ocurre en el Reino Unido, el movimiento se encuentra en estado embrionario.

Toda la noción de «infancia transgénero» es política; impulsada por las fuerzas del mercado y la típica filosofía estadounidense de individualismo desenfrenado. Exportados por todo el mundo con mayor o menor éxito, algunos países se oponen a estos tratamientos que convierten a niños y niñas en pacientes medicalizados de por vida. En el Reino Unido, el carácter público de nuestro servicio de salud ofrece cierta protección, y empiezan a plantearse preguntas sobre cómo una idea tan controvertida llegó a integrarse en la política tan rápidamente. Hay un punto en el que debería ser posible estar de acuerdo con la AAP: la infancia no debería convertirse en un daño colateral de las guerras culturales que están desgarrando el mundo.

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