Rokovoko. Una isla muy lejana hacia el oeste y el sur. No está marcada en ningún mapa: los sitios de verdad no lo están nunca. Hernan Melville.

miércoles, 29 de junio de 2022

Oenegés exigen que se investigue las muertes de migrantes tras el intento de salto masivo a la valla de Melilla


 

  • Consideran a España "corresponsable" de la tragedia y critican las palabras de Sánchez en las que elogió la actuación de Marruecos

  • Algunas de las organizaciones elevan el número de fallecidos a 37 y denuncian que a algunos se les dejó agonizar sin ayudarles

     

    “Los migrantes subsaharianos llevan años sufriendo mucho en esas zonas por parte de la gendarmería de Marruecos”, denuncia la Organización Marroquí por los Derechos Humanos

    La mayoría fallecieron por asfixia, según la versión de la policía marroquí, aunque también hubo violentos enfrentamientos cuando intentaban saltar a Melilla, con los agentes de las fuerzas de seguridad de Marruecos. Un recuento que nadie se atreve a dar aún como definitivo y que escribe una de las mayores tragedias que se recuerdan en esta frontera.

 

Mohamed no duerme desde el pasado viernes. Es una de las 133 personas que lograron saltar la valla de Melilla. Está en el Centro de Estancia Temporal de Extranjeros, CETI, pero no puede quitarse de encima la angustia. Se aferra a la rendija que no permite vislumbrar su rostro completo, necesita relatar lo vivido. Aún permanece en cuarentena por coronavirus tal y como dictan las normas de las autoridades españolas para los recién llegados. No pueden salir del centro ni pueden juntarse con los demás.

Este joven de 20 años huyó hace tres de Sudán y tras pasar por Chad, Libia, Níger, Argelia y Marruecos ha logrado llegar a suelo europeo. Pero no estaba solo, "tenía amigos que el pasado viernes intentaron cruzar la frontera" y quedaron atrás. El grupo inicial lo conformaban unas 2.000 personas que avanzaron hacia la verja fronteriza ante un amplio dispositivo de la gendarmería marroquí. Al menos 23 de estos jóvenes han perdido la vida en el lado marroquí de la frontera, aunque las ONG estiman que son 37 los fallecidos. Decenas de ellos tienen lesiones de diversa gravedad y también entre los agentes de la Guardia Civil española hay heridos, se habla de más de 49.

 Mohamed llevaba once meses en Casablanca y este ha sido su octavo intento de cruzar la valla. "No venimos porque sí, venimos porque no hay alternativa", dice enfadado. Los demás compañeros se le acercan y asienten. Todos son de Sudán. Lo que lamenta es no tener noticia de quiénes murieron, quiénes están heridos y quiénes están detenidos. Teme lo peor, "fue muy horrible", explica moviendo las manos

"No hay mafias ni tenemos dinero para pagarlas, nos organizamos entre nosotros"

Él salió de Sudán siendo menor de edad. Tenía 17 años. "Aún no he podido contactar con mi familia. No sé cómo están y ellos no saben cómo estoy", nos dice. Y en este tiempo la vida como migrante no ha sido nada fácil. No lo ha sido en ninguno de los países de tránsito, no en Marruecos. En las ciudades dormían en las calles y vivían de la limosna. "No había trabajo y por esto nos pasábamos muchos días en el monte". Se refiere al monte Gurugú, a escasos kilómetros de la ciudad autónoma, donde llevaba once días viviendo. "En el monte teníamos sombra, buscábamos agua y entre todos conseguíamos algo de comida", argumenta.

"Estábamos un gran grupo de personas en el monte y la policía marroquí nos atacó", relata, añade que llevaban días siendo acorralados, mientras los comerciantes tenían prohibido venderles comida. Lo que precipitó la decisión de intentar un nuevo salto. Le preguntamos quién lo organizó y su respuesta es clara. "No hay mafias ni tenemos dinero para pagarlas, nos organizamos entre nosotros", responde. Durante el salto, la policía marroquí se enfrentó a ellos con gases lacrimógenos, pistolas de goma y con porras: "Muchos amigos se cayeron al suelo y empezaron a desmayarse. Recuerdo la imagen sobrecogedora una vez que conseguí saltar a este lado. Había un baño de sangre, muchos que parecían muertos y muchos heridos", añade. Cerca de él aparece Nasriddine en silla de ruedas. Una granada de gases le hirió los pies.

 

Lo que hay al otro lado no merece la pena

Maauia, con 19 años en enero de 2020, decidió compartir con su madre sus planes de ir a otro país a buscar un futuro mejor. Fuera de Sudán, lejos de la guerra y del hambre. "Ella me dijo 'hijo, solo puedo desearte lo mejor'", dice emocionado. Siente alivio porque consiguió cruzar la valla el pasado 3 de marzo cuando unas 700 personas intentaron entrar en España. Estaba a punto de ingresar en la universidad, pero la vida se había vuelto "una cuestión de suerte, había días que bien y otros que todo saltaba por los aires", cuenta.

 

Tiene la paciencia de sentarse en las puertas de Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla. Con la valla de fondo que mira una y otra vez de reojo para explicar lo peligroso que fue cruzarla. De su país natal se fue a Chad donde intentó trabajar en la búsqueda de oro y cuando consiguió, tras un año, 10 gramos los vendió y siguió su viaje. Llegó a Libia, pero se quedó parado en el sur los relatos que recibía desde el norte eran desesperantes. "Sabía que era peligroso avanzar por Libia. Me llegaban relatos de mis amigos con secuestros, esclavitud y que las salidas eran muy caras", asegura. Entonces decidió poner rumbo a Níger, cruzar el desierto del Sáhara esquivando a las autoridades argelinas y llegar a Orán. En la segunda ciudad más importante de Argelia consiguió un trabajo en la construcción y se quedó allí unos meses. "Siempre escondidos, siempre huyendo de las autoridades, ya que era una persona ilegal".

Cruzó entonces la frontera con Marruecos. "Lo intenté dos noches y hasta la tercera noche no lo conseguí", relata. Para cruzar de Argelia a Marruecos hay que hacerlo andado y por los bosques. Luego en Marruecos siguió por los montes hasta encontrar la ocasión para cruzar. Melilla vive de espaldas a una valla de vida y muerte. Los que están del lado español volverían a cruzar porque, dicen, lo que hay al otro lado no merece la pena. 

Frontera Sur, RTVE, por EBBABA HAMEIDA, enviada especial a Melilla

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