elPeriódico
Miércoles,
21 de enero del 2015 - 13.09 h
Xavier Rius, periorista
Tras la
tragedia de la muerte de Patricia Heras, los posibles errores
judiciales del caso 4-F, los malos tratos denunciados y archivados,
y las posibles negligencias de responsables políticos, denunciados en el
documental 'Ciutat
morta', y de
diversos procesos penales que se siguen ahora contra algunos agentes, están una
serie de decisiones políticas del equipo de gobierno del alcalde Joan
Clos en relación a la Guardia Urbana de Barcelona y sus dos unidades
especiales de antidisturbios, los diurnos UPAS (Unitat de Policia
Administrativa i Seguretat) y la nocturna UNOC (Unitat Nocturna Operativa
Centralitzada) y el uso que hizo el alcalde Clos de dichos cuerpos como
'guardia pretoriana'.
La asunción
de misiones antidisturbios de estas unidades debe remontarse al conflicto del
convenio de trabajadores del Ayuntamiento en 1999. Este conflicto
coincidió con los expedientes a bomberos que se habían negado a lavar su ropa
impregnada de productos tóxicos en la lavadora de su domicilio. Así, puesto que
las protestas de funcionarios y bomberos incomodaban al alcalde Joan Clos, éste
recurrió a la Unidad de Policía Administrativa y Seguridad y a la Unidad
Nocturna Operativa Centralizada, con sede en Zona Franca, que poseían material
antidisturbios para misiones en las que los agentes podían ser agredidos o
necesitaban aplicar la fuerza, como el control del entorno de un campo de
fútbol, la persecución del top manta o los controles de alcoholemia en zonas de
ocio. De este modo toma fuerza esta unidad, cuyos miembros cobran un plus
especial, que se les convirtió en lo que se conocía como la 'Guardia
Pretoriana' del alcalde. Y no sólo cargaron en diversas ocasiones contra
bomberos y funcionarios, sino que también contra una manifestación específica
de guardias urbanos. Y siempre que el alcalde salía del consistorio a realizar
un acto o visitar un barrio, iba acompañado de tres furgonetas de estas
unidades para "protegerlo" en caso de ser recibido con pancartas o
reivindicaciones, fuese por funcionarios municipales, fuese por vecinos.
Cuando pasó
el conflicto del convenio municipal, estas unidades especiales además de
ejercer sus funciones en relación a la venta ambulante, trafico de drogas,
actuar en grandes aglomeraciones o participar en desalojos, continuaron
acompañado al alcalde Clos allá donde iba, dando una imagen muy distinta de la
de aquel Pasqual Maragall que te lo podías encontrar paseando en
bicicleta por al Carretera de les Aigües a las 8 de la mañana, o que podía
presentarse montado en su moto a un acto. Así un alcalde que concurría a las
elecciones con el controvertido eslogan de: "Haremos de Barcelona la
mejor ciudad del mundo", había de circular por la misma, de manera
habitual, acompañado de sus antisturbios. Y en un contexto de máxima confianza
entre el entorno del alcalde y los mandos de dichas unidades, las quejas
reiteradas por las malas maneras o supuestos abusos realizados por agentes de
dicho cuerpo o el desproporcionado uso de la fuerza en sus actuaciones, no eran
tomados en consideración, y si llegaban al juzgado eran negados unánimemente
por el testimonio de un sinfín de agentes. Sonada fue la polémica política y
mediática tras la carga policial y desalojo en diciembre de 2004, de los
jóvenes acampados en el césped del Palau de Pedralbes reivindicando el
cumplimiento del 0,7% al Tercer Mundo, en un día que Barcelona se colapsó por
la lluvia y el granizo. Aquel día que en Barcelona los semáforos dejaron de
funcionar por la tormenta, los mandos municipales consideraron prioritario usar
dichas unidades especiales para desalojar a la vieja usanza a aquellos
"perroflautas".
Yo mismo fui
víctima de la brutalidad de un agente de dicho cuerpo durante la huelga general
del 20 de junio de 2002. Debidamente identificado como periodista estaba
observando a una veintena de metros como dichos antidisturbios cargaban contra
una quincena de militantes de la CGT que hacían una sentada en la Via Laietana
a la altura de la Catedral, y uno de estos agentes vino hacia mi y me propinó
diversos porrazos. Agresión que pese a comunicar yo mismo minutos después a un
concejal del equipo de gobierno y realizar diversas quejar formales ante el
alcalde, no se quiso investigar y de la que el alcalde no consideró necesario
disculparse, ni siquiera, tras una pregunta sobre dicha agresión realizada por
el grupo municipal de CiU en el pleno del Ayuntamiento.
En aquellos
momentos yo tenía muy buenas relaciones con diversos agentes de la Guardia
Urbana, dado que le había participado junto a ellos en el proyecto de ayuda
humanitaria en Kosovo en 1999, donde agentes de este cuerpo estuvieron
conduciendo camiones de ayuda humanitaria, y por mi participación en dicho
proyecto tenía acceso a concejales y cargos de responsabilidad del
ayuntamiento. Y todos me dijeron lo mismo, que estas unidades especiales de la
Guardia Urbana tenían la plena confianza de Joan Clos, eran intocables y que lo
mejor que podía hacer era olvidarlo.
Ahora tras
la emisión por la televisión catalana del documental 'Ciutat morta', y
de la difusión que los agentes que testificaron en el caso 4F han sido
condenados y están en prisión por malos tratos, de la difusión de ciertas
actuaciones del que fue jefe de información del cuerpo, Víctor Gibanel,
y de otros casos de denuncias de presuntos abusos, parece que la ciudad
despierte. Pero más allá de que la justicia reabra el caso 4-F está la
responsabilidad política de quien, tras tomar dicho cuerpo como guardia
personal, tal vez como contrapartida, toleró o ignoró los métodos de actuación
de determinados agentes de dicho cuerpo dando pie a una evidente impunidad.
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