...Los
árboles urbanos son, sin embargo, un auténtico escudo contra el cambio
climático y sus efectos. Y son casi tan importantes para nuestra salud
como tener un CAP cerca de casa. Según los expertos, los árboles más
grandes absorben grandes cantidades de gases contaminantes, son la mejor
protección contra el calor y regulan el flujo del agua, siendo
importantísimos en caso de inundaciones. Sabemos que la contaminación es
uno de los principales problemas de salud pública de Catalunya y muchos
estudios demuestran que los barrios verdes mejoran la salud física y
psíquica de sus habitantes. Igual abrazar árboles no era tan mala idea.
En L’Hospitalet se repiten desde hace dos años las protestas contra
el plan de renovación del arbolado. Colectivos de vecinos de diferentes
calles y barrios han denunciado lo que consideran un «arboricidio» o
tala indiscriminada. En la ciudad tenemos 38.280 árboles, muy pocos para
261.000 personas y para hacer frente a las emisiones de nuestros
115.888 automóviles y de todo el tráfico de entrada y salida de
Barcelona. Aunque el Ayuntamiento reconoce que estamos lejos de los
estándares recomendados, se ha propuesto eliminar más de 6.000 sin tener
muy en cuenta la renovada sensibilidad medioambiental de vecinos y
vecinas. La idea es reponer la mayor parte y aumentar el número de
ejemplares, pero hay miles de árboles en aceras demasiado estrechas que
parece que será imposible recuperar. Los remiendos urbanísticos para
paliar desastres heredados no cambian la lógica: se arrancan árboles
porque generan «interferencias» y se apela a la ley de accesibilidad,
pero no se actúa con la misma contundencia con terrazas, bicis y motos,
ni se repiensan las calles. Un nuevo ejemplo de cómo las mejores
intenciones pueden acabar perjudicando a los barrios que ya acumulan
carencias de todo tipo.
La última protesta contra el plan de arbolado ha tenido lugar en el
barrio de la Florida, uno de los más vulnerables del país, de los más
densamente poblados del mundo y cuya situación es de auténtica
injusticia ambiental. La Organización Mundial de la Salud establece que
las ciudades deben disponer, como mínimo, de entre 10 y 15 metros
cuadrados de zona verde por habitante. De los 23 municipios catalanes
con más de 50.000 habitantes, Santa Coloma y L’Hospitalet son los que
menos zona verde tienen por habitante (5,57 m2) y solo hace
falta mirar un mapa de la segunda ciudad de Catalunya para ver que en
toda la zona norte apenas hay zonas verdes. En la Florida, en un espacio
de 0,38 km2 hay 29.543 personas viviendo, 77.745 habitantes por km2.
Es normal que con estos índices las vecinas y vecinos cuestionen las
talas. Se quejan de que pierden las sombras de los árboles más grandes y
sus capacidades ambientales y termorreguladoras, y no les basta con que
se pongan árboles en otra calle o en un nuevo parque dos barrios más
allá: quieren ver verde en su calle o desde su ventana.
Por falta de visión y de predisposición a escuchar a la ciudadanía,
una oportunidad de oro para la educación ambiental a pie de calle se ha
convertido en un conflicto. Informar a vecinos y vecinas sobre las
razones de las talas –caso por caso y calle por calle–, sobre los nuevos
ejemplares y cómo se prevé que evolucionen, o sobre qué hacer si
observan incidencias, sería una buena manera de corresponsabilizar a la
comunidad de su cuidado. El ecologismo ni puede ni debe ser elitista. Si
en el año 2004 le dieron el premio Nobel de la paz a la keniata Wangari
Maathai por crear un movimiento de mujeres para plantar árboles y
frenar la desertización, hoy, en un mundo sobreurbanizado, la mejor
manera de crear una conciencia verde planetaria es respetar y alentar
las iniciativas medioambientales de pequeña escala y el microurbanismo
verde. Menos discurso hueco sobre sostenibilidad y más respetar a los
vecinos y vecinas que defienden los árboles de su calle como si fueran
los del Amazonas.
El Quinze de público.es
Montse Santolino
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