"¿Cuánto tiempo podemos aguantar así?", se preguntan Jesús, Manuel y Angélica, mientras esperan su turno en el reparto de comida que ofrece el banco de alimentos en la calle de Tarragona, en Barcelona. De la noche a la mañana han perdido su empleo, aún no han cobrado ninguna prestación y temen verse en la calle por no poder pagar las habitaciones que realquilan. Como ellos, en la pandemia, miles y miles de catalanes alargan cada día las colas ante los comedores sociales, entidades o redes vecinales para tener algo de comer.
La pregunta que se hacen ellos tres también se la repiten el Banc dels Aliments y la Creu Roja, los dos grandes proveedores de alimentos a las entidades sociales. El presidente del Banc dels Aliments de Catalunya, Lluís Fatjó, es consciente de que el banco, que ahora recibe el 40% más de demanda de víveres, no está llegando a todas las peticiones que les hacen llegar las entidades sociales. Y cada semana que pasa, 10.000 personas más llaman a las puertas de la Creu Roja pidiendo comida.
Sin prestación
Antes de que estallara la pandemia, Manuel trabajaba limpiando aviones en el aeropuerto de El Prat. "El contrato terminó, y aún no he cobrado ninguna prestación, por eso estoy aquí", explica. Él vive en una habitación por la que paga 350 euros al mes. "El poco dinero que tengo me lo guardo para pagar la habitación y la comida la vengo a buscar aquí", dice mientras señala la cola que se forma frente el Servei d'Atenció a Inmigrants, Emigrants i Refugiats de Barcelona (SAIER) y que ahora se ha reconverido en un espacio donde el Banc dels Aliments en colaboración con la fundación del chef José Andrés dispensa comida precocinada a las personas más necesitadas. Jesús, el siguiente en la cola, escucha la historia de Manuel. "Yo estoy igual, trabajaba en la construcción pero ahora no hay nada, aunque tengo la suerte de que mi casero me ha perdonado este mes de la habitación", explica.Son las diez de la mañana y ya son unas cincuenta las personas que esperan con ansia la llegada del camión con la comida. "Cada día somos más", dicen. Apenas una hora después llega el camión. Las trabajadoras sociales reparten los turnos al ya centenar de personas que se sitúan en distintas colas por la plaza. En medio de ellas está Marina, con unas gafas de sol que esconden otro rostro más de la cruda emergencia social. "Tengo una carrera, un máster, hablo cinco idiomas... y aquí estoy", relata. De origen ruso, lleva una veintena de años en Barcelona y ahora se ha visto en el paro. "No he cobrado nada aún, tengo suerte de que vivo en el piso de mi exmarido, pero no sé cómo voy a pagar los recibos de la luz y el agua", explica.
"La familia me echó"
Con la espalda curvada, y sentada en un banco, Angélica se une a la conversación. Nacida en Ecuador, lleva más de 25 años en Barcelona cuidando a personas mayores. "Yo era interna, vivía en casa de la señora a la que cuidaba, peró murió de coronavirus y la familia me echó", dice con los ojos vidriosos. Se quedó a la vez sin casa y sin trabajo. "Un vecino me acogió por un tiempo, pero es que ahora no sé dónde encontrar trabajo", añade.El primero de la fila es Lluís, que aguarda en su posición desde las nueve de la mañana. Él sufrió hace diez años la crisis inmobiliaria y ahora lleva ya dos meses esperando una prestación de desempleo que no llega. Empresario textil de Sant Pol de Mar (Maresme), perdió la empresa y la casa en el 2008. "Hace dos años me contrató una empresa de viajes en el aeropuerto, pero ahora nos han hecho un erte y aún no he cobrado". Vivía en un piso de alquiler, que dejó para trasladarse con un amigo a El Prat de Llobregat. "Como no estoy empadronado allí, los servicios sociales me recomendaron que viniera a Barcelona para comer; es que no tengo ahorros para ir tirando". Cada día, a las nueve de la mañana, coge un autobús que le traslada hasta la plaza de Espanya. "Por eso soy el primero en llegar, no tengo nada más que hacer", suelta. Él no sufre tanto por lo que está viviendo ahora como por el futuro que le espera. "Si nos quedamos sin turistas, si perdemos esta temporada estival ¿me quedaré sin trabajo?", se pregunta.
En el comedor social de la avenida del Paral·lel, habitual de personas que viven en la calle, la cola se hace interminable. "Cada día llegan más personas y a muchas de ellas no las habíamos visto nunca por aquí", expone una trabajadora. Entre ellas, señala a tres mujeres de origen filipino, con dificultades para entender el español, que esperan su turno. Explican que trabajan en la limpieza doméstica, pero que ahora el trabajo se ha terminado. Igual panorama vive Sabina, paraguaya sin papeles. "Llevo dos años aquí limpiando casas, pero ahora ya no hay nada", explica sosteniendo en brazos a su hija de tres años en una cola de reparto de alimentos instalada en la calle de Bolívia, en el Poblenou.
Ellas viven en un piso de 90 metros cuadrados con siete personas más, todos paisanos de Paraguay. "El alquiler nos cuesta 900 euros, ahora lo estamos pagando entre todos con lo poquito que tenemos, por eso venimos aquí", cuenta otra compañera del piso, Virginia. Ella trabajaba en una panadería, hasta que se ha visto en el paro. "Aún no he cobrado nada, y vivía al dia, por esto estoy aquí: siempre he trabajado, es la primera vez que estoy en la cola del banco de alimentos", lamenta. Virgina reconoce tener "serios problemas" para conciliar el sueño. Sabina pronostica que a su hija vivir encerrada con tantas personas en casa "le va a pasar factura". "Solo espero que todo esto dure poco, porque de lo contrario no sé cómo vamos a aguantar", susurra.
Durante toda la mañana, decenas de personas hacen cola ante el comedor social de la avenida del Paral·lel, en Barcelona /
El 40% más de peticiones
Es la incógnita también para el Banc dels Aliments y la Creu Roja. Antes del coronavirus, el Banc repartía cerca de dos mil toneladas de comida al mes para unas 350.000 familias. Si la semana pasada el número de peticiones creció el 30%, esta semana ya se sitúa en el 40%, y la aportación del mes de abril superó las 3.000 toneladas de comida repartidas.Los datos de la Creu Roja en Catalunya son también aplastantes. "Cada semana tenemos 10.000 personas más que vienen para comer", comenta el coordinador de la entidad, Enric Morist. "La situación ahora es de extrema emergencia, y las entidades de ayuda humanitaria no la podremos sostener durante mucho tiempo", expone.
"La demanda crece día tras día y no vemos ningún límite. Ahora mismo, no podemos llegar al cien por cien de las necesidades alimentarias, las entidades sociales se han multiplicado, estamos abasteciendo las redes vecinales y es imposible ofrecer todo lo que nos piden", expone el director del Banc, Lluís Fatjó. La entidad está haciendo ahora aproximaciones de la comida que pueda necesitar hasta el mes de septiembre. "Nuestro talón de Aquiles está en el almacén, no tenemos espacio para toda la comida que necesitaremos", lamenta Fatjó.
Elisenda Colell elperiodico.com
De hecho en Estados Unidos, que se precia de ser el líder del primer mundo, las cifras de gente pidiendo ayuda de desempleo y la escasez de cosas está notándose, y se hará sentir más al paso de los meses. Aparte de tomar al mundo desprevenido, el COVID19 se dejó ver en un momento en que el mundo estaba gobernado por gente más incompetente que los de tiempos pasados.
ResponderEliminarOpino igual. Más incompetentes y algunos más de derechas, neoliberales o sea, los fachas de siempre con otro nombre. En Estados Unidos no hay Sanidad Pública Universal, sólo por eso ya no debería ser considerado un ejemplo de país civilizado.
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