En Estados Unidos, la idea del hombre o la mujer hechos a sí mismos
se toma muy al pie de la letra. Por eso está en auge un lucrativo
mercado para quienes desean cambiar de sexo.
Josephine Bartosch The Post Millennial
Como buena británica cínica, admiro la actitud resolutiva de Estados
Unidos. El sueño americano, la idea de que la gente puede ser lo que
quiera, es liberadora y maravillosa. Pero tiene un inconveniente. En
Estados Unidos, la idea del hombre o la mujer hechos a sí mismos se toma
muy al pie de la letra. Por eso está en auge un lucrativo mercado para
quienes desean cambiar de sexo.
Esto ya no es solo cosa de adultos. En la última década, el cambio
lingüístico de «transexual» a «transgénero» ha «desexualizado» lo que
antes se consideraba un trastorno psicosexual adulto. La modificación de
los cuerpos para adaptarlos a un sentido declarado de «identidad de
género» se extiende ahora a los niños. Así, con un truco del lenguaje,
una nube de purpurina y una inyección de hormonas, nació en Estados
Unidos la «infancia transgénero». ¡Alegría!
Desde penes protésicos de tamaño infantil que se meten en la ropa interior, hasta la franquicia multimillonaria generada por realities de gran éxito como I am Jazz,
la industria de la infancia transgénero ha rebasado a las políticas,
con lo que a los legisladores les cuesta seguir el ritmo. Cabría
imaginar que el centro de toda preocupación sería la ética de medicar y
operar a niños y niñas para aliviar su angustia mental, pero es el
impacto en el deporte lo que ha capturado la imaginación del público.
En atletismo, los repetidos triunfos de los varones biológicos que se
identifican como chicas sobre chicas reales han hecho que el mantra de
«las mujeres trans son mujeres» se quede un poco endeble. Ya ha habido una causa judicial
en la que se cuestionó la imparcialidad de permitir la competición en
base a la «identidad de género». En algunos Estados, empiezan a entrar
en vigor leyes para garantizar que las chicas tengan la oportunidad de
luchar y que las pruebas se dividan por el sexo físico.
con un truco del lenguaje, una nube de
purpurina y una inyección de hormonas, nació en Estados Unidos la
«infancia transgénero». ¡Alegría!
Las pruebas son claras, como explicó la doctora Emma Hilton, bióloga del desarrollo, en una revisión de 2019 de
las directrices del Comité Olímpico Internacional: «Los varones corren
más rápido, saltan más, lanzan más lejos y levantan más peso que las
mujeres. Superan a las mujeres en un 10 por ciento en la pista de
atletismo y en un 30 por ciento al lanzar varias pelotas… Los varones
tienen alrededor de un 40 por ciento más de masa muscular, incluso si se
tiene en cuenta la altura, y un 40 por ciento menos de grasa corporal».
A pesar de las diferencias materiales entre los cuerpos masculinos y femeninos, la American Academy of Pediatrics (AAP)
se ha pronunciado para «oponerse a las políticas públicas» que buscan
segregar la participación en el deporte por sexo. Se ha planteado que
las políticas destinadas a garantizar que las mujeres y las niñas no
estén en desventaja «perjudican a la juventud transgénero». Aparte de
que tanto el deporte como las políticas públicas están fuera de las
competencias de los pediatras, cabe preguntarse por qué un organismo
profesional parece adoptar una línea ideológica en lugar de un enfoque
basado en la evidencia.
La declaración de la AAP comienza así: «Con alarma y consternación,
los pediatras han visto cómo se promueven proyectos de ley en las
legislaturas estatales de todo el país, cuyo único propósito es amenazar
la salud y el bienestar de la juventud transgénero».
Termina quejándose de que los intereses de la «infancia transgénero»
no deben ser politizados, desvirtuando un poco el foco al prometer luego
«luchar Estado por Estado, en los tribunales y en el ámbito nacional».
Se trata de una postura inusualmente emotiva para una organización
profesional no partidista. La AAP, que incluye a la farmacéutica Pfizer
como empresa patrocinadora de su Programa CATCH, cree sin duda que la
curiosa y reciente aparición de la infancia transgénero es simplemente
la profesión médica que está liberando a los niños y las niñas para que
sean su «auténtico yo».
En un documento expositivo
publicado por la AAP, titulado con toda naturalidad «Garantizar la
atención y el apoyo integrales a la infancia y adolescencia transgénero y
de género diverso», se afirma que los bloqueadores de la pubertad son
«tratamientos reversibles». Esta afirmación se hace pese a las frases
que siguen y que describen numerosos riesgos, entre los que se incluyen «una menor autoestima» y la falta de investigación sobre el impacto en «el metabolismo óseo y la fertilidad.»
En los últimos años han dimitido muchos
profesionales del principal servicio de atención a la identidad de
género (GIDS) del Reino Unido, y muchos de ellos mostraron su inquietud por la influencia de los grupos de presión y el enfoque de terapia «afirmativa».
A pesar de la escasez de pruebas clínicas, de la creciente
preocupación de los legisladores federales y del aumento de las
comunidades de personas que «detransicionan» en todo el
mundo, la AAP está decidida a defender la idea de que el cuerpo de
algunos niños y niñas necesita una intervención médica para que coincida
con su autopercepción del sexo opuesto. Para la AAP, tanto si un niño
ha pasado por una pubertad masculina como si no, debería recibir todo el
apoyo para participar en competiciones deportivas de acuerdo con su
«identidad de género», no con su sexo.
Mientras que en EE. UU. la AAP se ha pasado a hacer campaña, en el
Reino Unido los profesionales de la salud tratan de distanciarse de los
grupos de campaña transgeneristas. En los últimos años han dimitido
muchos profesionales del principal servicio de atención a la identidad
de género (GIDS) del Reino Unido, y muchos de ellos mostraron su inquietud
por la influencia de los grupos de presión y el enfoque de terapia
«afirmativa». Sus voces se han visto amplificadas por las recientes
impugnaciones en los tribunales británicos.
Como señala Michael Biggs, profesor asociado de la Universidad de Oxford:
«La diferencia obvia es que en Estados Unidos la asistencia
sanitaria está dominada por el sector privado, que tiene un evidente
afán de lucro por promover fármacos y cirugías. En el Reino Unido solo
hay un mínimo eco de esto: GenderGP, la clínica dirigida por Helen
Webberley. Y nuestra estricta regulación la ha obligado a deslocalizar
su negocio. De forma menos obvia, en EE. UU., los Estados dominados por
el partido demócrata pueden obligar a las compañías de seguros a cubrir
los fármacos y las cirugías para personas transgénero, por lo que, en
efecto, el público en general está pagando sin saberlo esta
medicalización».
«Luego está el contexto cultural: en Estados Unidos la derecha
cristiana y la elección de Trump convirtieron el transgenerismo en un
tótem tribal para los demócratas. En el Reino Unido, la oposición al
transgenerismo surgió principalmente de las feministas de izquierda, por
lo que las fuerzas políticas no se alinearon de forma tan clara, lo que
dio lugar a que se abriera cierto debate sobre la evidencia. Asimismo,
el panorama de los medios de comunicación británicos es más diverso, por
lo que se dio cobertura a las opiniones críticas. En Estados Unidos,
por el contrario, una vez que el New York Times y el Washington Post han
decidido promover el concepto de ‘infancia transgénero’, no hay margen
para la disidencia».
Tras una detallada investigación, en diciembre de 2020, tres jueces
del Tribunal Superior de Justicia del Reino Unido dictaminaron que el
uso de bloqueadores de la pubertad para tratar a niños y niñas con
disforia de género era «experimental.» El fallo se produjo en relación
con la demanda presentada por Keira Bell, una joven detransicionada, y
«la Sra. A», madre de una niña autista con disforia de género.
tres jueces del Tribunal Superior de
Justicia del Reino Unido dictaminaron que el uso de bloqueadores de la
pubertad para tratar a niños y niñas con disforia de género era
«experimental.»
Bell, una joven con un historial lleno de traumas, declaró a los
periodistas congregados después de la vista: «Hago un llamamiento a la
sociedad para que acepte a quienes no se ajustan a los estereotipos
sexuales, y que no los empuje a una vida de medicalización y ocultación
de lo que realmente son. Esto pasa por poner fin a la homofobia, la
misoginia y el acoso a los que se enfrentan los que son diferentes».
El caso de Bell ha provocado un cambio de política en los servicios
de identidad de género del Reino Unido. Las clínicas de todo RU tienen
prohibido recetar bloqueadores de la pubertad a los menores de 16 años y
existen restricciones de uso para adolescentes mayores. La comunidad
médica británica se ha visto obligada a reflexionar sobre la noción de
infancia transgénero y a cuestionar cómo surgió este fenómeno.
La diferencia entre el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido,
basado en un sistema de «gratuidad en el centro de salud», y el sistema
privado de EE. UU., basado en un modelo dependiente de las compañías
aseguradoras, también puede ser responsable de la divergencia en el
tratamiento de los niños y las niñas que se identifican como trans.
«No entiendo por qué, pero parece que no hay límites éticos a lo que
los médicos pueden hacer a estos niños y niñas», comentó Natasha Chart,
directora ejecutiva de WoLF, una organización por la defensa de los
derechos de la mujer. «Tenemos médicos estadounidenses que hablan con
orgullo en público de provocar la menopausia a niñas de 14 años, Estados
que permiten que niñas de 15 años se sometan a mastectomías electivas
sin el consentimiento parental como parte del proceso de afirmación de
género, y quién sabe lo que están haciendo con los niños».
«El seguro lo cubrirá ahora», continuó Chart. «Si el gobierno estatal
tiene algún interés en las intervenciones médicas a menores, parece que
es perseguir a los padres por negarse a la terapia afirmativa
y, en su mayor parte, todos los pacientes han renunciado a su derecho a
demandar. Eso es lo que significa el ‘consentimiento informado’ en un
modelo de afirmación exclusiva: el paciente está prescribiendo de facto su propio tratamiento y asumiendo toda la responsabilidad de los resultados».
El abismo entre el enfoque del Reino Unido y el de Estados Unidos
respecto a los niños y niñas que se identifican como transgénero parece
crecer a diario. Que el presidente Biden haya nombrado a Rachel Levine
—un pediatra de sexo masculino no conforme con el género y que se
identifica como transgénero desde 2011— para el puesto de Subsecretario de Salud nos da a entender que Estados Unidos no va a cambiar ahora de rumbo. Levine defiende el «modelo afirmativo»
de tratamiento para niños y niñas que se identifican como trans. No
obstante, en Estados Unidos cada vez más asociaciones están empezando a
cuestionar la noción de «infancia trans», pero, a diferencia de lo que
ocurre en el Reino Unido, el movimiento se encuentra en estado
embrionario.
Toda la noción de «infancia transgénero» es política; impulsada por
las fuerzas del mercado y la típica filosofía estadounidense de
individualismo desenfrenado. Exportados por todo el mundo con mayor o
menor éxito, algunos países se oponen a estos tratamientos que
convierten a niños y niñas en pacientes medicalizados de por vida. En el
Reino Unido, el carácter público de nuestro servicio de salud ofrece
cierta protección, y empiezan a plantearse preguntas sobre cómo una idea
tan controvertida llegó a integrarse en la política tan rápidamente.
Hay un punto en el que debería ser posible estar de acuerdo con la AAP:
la infancia no debería convertirse en un daño colateral de las guerras
culturales que están desgarrando el mundo.
tribunafeminista.elplural.com